Un mazazo en la cabeza
Escucharlo me paralizó. Un estado de confusión e incomprensión se adueño de mí. Me shoqueó.
Todos me preguntaban:¿qué te dijo el médico? ¿qué tiene Joa?
Yo repetía sin césar esas palabras vacías de significado. Nunca había oído hablar sobre Asperger. Nunca había presenciado una crisis convulsiva. Nunca me imaginé que mi hijo tenía un problema orgánico congénito. Joa era un niño sano.
Hice miles de preguntas. Investigué. Me culpé.
Nada fue igual. Muchos estudios ampliaron ese primer diagnóstico pero no lo modificaron. Vimos a muchos neurólogos, psiquiatras, terapeutas. Aquí y en Buenos Aires. Y a través de Internet. Buscando soluciones. Buscando una palmada en la espalda que me dijera: "ya va a pasar".
El correr de los días ayuda a darse cuenta de que tenés el mismo hijo pero diferente. Que el diagnóstico es una odiosa pero útil etiqueta que necesitamos para obtener el CUD (certificado único de discapacidad) para luchar por sus derechos.
Pero mi hijo no es sinónimo de Asperger, de autismo, de epilepsia, de esquizofrenia, de una malformación que decidió manifestarse en la adolescencia.
Mi hijo es Joaquín, un adolescente, un muchacho de 15 años.
Joa's mom
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